viernes, 9 de agosto de 2013

Dream

Tengo un sueño. Lo primero que veo en ese sueño es algo marrón, con una textura rugosa. Si alzo mi mano para intentar tocarlo de pronto se mueve, alejándose de mi y creciendo en tamaño para darme cuenta de que es una pared. Una pared formada por troncos. En realidad no sé de qué madera en concreto se trata, porque ahora, en este momento en el que sueño con ello no estoy muy entendido de la materia. Pero sé que cuando estoy ahí sí se de qué madera se trata. Y al concretarse esa pared frente a mi todo empieza a llenarse de una turbia bruma arremolinada que va dejando al descubierto, como mostrándome, nuevas partes del lugar en el que me encuentro. Primero la pared, luego una chimenea. Después, se deja ver una escalera, también de madera, que lleva a un piso superior que no alcanzo a ver. Posteriormente, como si de una cinta transportadora se tratara, la bruma me sitúa fuera de la casa. Entonces puedo contemplar un gran porche. La bruma empieza a despejarse y se empieza a adivinar por fin la silueta de una casa de madera, con la chimenea forrada de piedra, como las de las películas del oeste. Delante del porche hay un gran jardín verde con un cerco hecho también de madera, y plantas en su base. Un caminito que lleva desde la entrada principal al solar hasta las escaleras del porche. Un caminito de tierra pisada, no de baldosas, ni siquiera de baldosas formadas por placas de roca sin alterar. No, es tierra pisada. Detrás de la forma de la casa se pueden ver, a lo lejos, las siluetas de unas montañas, con sus faldas oscuras cubiertas por densos bosques, y sus picos blancos, casi centelleantes, nevados. El sol se está poniendo por detrás de ellas dejando en el ambiente un maravilloso crepúsculo, sobrecogedor. El pecho se me encoge, embriagado por tanta belleza, por tanta naturaleza. Mis ojos, abiertos como platos, tardan en descubrir que en el porche hay una figura. Intento fijarme un poco más, pero es tal el efecto cautivador de la atmósfera que no puedo distinguir bien lo que es. Sé que es alta, delgada, pero no consigo adivinar de qué se trata. Por tanto, decido acercarme. Cuando adelanto el primer pie, la figura se mueve, dividiéndose en dos. Una pequeña parte se separa del resto y comienza a moverse por el porche, en dirección a la escalera. Cuando ya he dado dos pasos la pequeña forma ya ha alcanzado las escaleras. Me quedo atónito. Vuelvo la mirada a la figura más grande, y lo único que puedo ver es una amplia sonrisa. Una sonrisa maravillosa. Embriagado de nuevo, pero con más fuerza, me giro poco a poco hacia las escaleras, incapaz de creer lo que mi mente cree que está viendo. En ese momento mis brazos actúan por sí mismos preparándose para acoger entre ellos a una preciosa niña, de pelo castaño rizado, un castaño bellísimo, más que el de la mejor madera que hayáis visto jamás. Y entonces veo sus ojos. Unos preciosos ojos verdes. Mi corazón está apunto de salirse de mi pecho. Cada vez me cuesta más respirar. La niña, sonriente, se me abraza al cuello y me da un beso en la mejilla, dejando un suave y cálido cosquilleo allí donde ha posado sus pequeños y magníficos labios. De pronto, se gira sobre mis brazos y señala a la otra figura, de la cual casi me había olvidado ya. Entendiendo lo que la pequeña quería decir sin decir nada, me pongo en marcha hacia las escaleras del gran porche. Ella se encuentra sonriente al lado de un sofá de estos que se columpian, el cual tiene unos cojines con fundas hechas por punto de cruz. Lleva un vestido blanco, de falda larga, hasta los tobillos. Un pequeño cinto se lo ciñe a la cintura. Lleva al cuello un colgante, plateado y brillante, parece un hada. Unos labios tersos y finos dejan entrever unos dientes blancos como perlas al sonreír. Su sonrisa se extiende por cada músculo de su cara, se percibe en cada punto de su piel, tersa, del color del papel antiguo. Una larga melena castaña le cae por delante de los hombros, hasta por debajo de sus redondos senos. Y su mirada. Su mirada me deja sin habla. Su mirada es lo que hace que el sueño sea tan perfecto. Su mirada es lo que me quita el sentido y me lo da. Su mirada es el brillo que despeja cualquier sombra. Sus ojos, contagiados por la sonrisa de su boca, me miran con anhelo, con alegría, con amor, con deseo y con ternura. Me miran de tal manera que me desarman. Me miran de tal manera que me completan. Me miran de tal manera que me influyen el coraje de dar el último paso hacia ella. La imagen de sus ojos azules sería la que me llevaría de este mundo cuando lo abandonase, y con ella podría arrebatarle su poder a lucifer y a dios mismo para volver a la vida a poder contemplarlos otra vez más. Su brazo me rodea la cintura, y armoniosamente el mio la envuelve a ella, atrayéndola hacia mí. Es el momento más perfecto de mi vida. El momento más perfecto de la historia de mi humanidad.

Es un sueño. Pero es el sueño que tengo cada vez que pienso en mis objetivos, en la meta que quiero alcanzar. Porque esa casa está en el país que tantas veces he dicho que quiero visitar, y en el cual probablemente querré quedarme. Porque esa mujer encarna todo lo que busco en una mujer, y lo que me he callado me lo guardo para mí, porque es algo que no quiero mancillar al contarlo. Porque esa vida es la que quiero tener algún día. Y algún día tendré.