viernes, 28 de marzo de 2014

Feliz, feliz en tu día,
amiguitos que Dios te bendiga,
que reine la paz en tu día,
y que cumplas muchos más.

¿Os habéis parado a pensar en el profundo mensaje que transmite esta canción popular?

Partimos de la premisa que se entona como un deseo hacia la persona que cumple años.

Pues bien, primero te desean que seas feliz en ese día tan especial. Que bueno, para mi parecer, no es que esté mal, pero soy de los que piensan que mejor si estás feliz más veces al año, ¿no? Que vale, que te lo desean especialmente en ese día, que no quiere decir que no vayas a tener más días felices hasta el siguiente cumpleaños, pero bueno, así soy yo.

A continuación viene la frase con la pretensión de que a los amigos que tengas, sean pocos, muchos, altos, bajos, más mejores, o más peores, resumiendo, que Dios te los bendiga. Esto, dejando a parte análisis de teología y pollas en vinagre, es lo más hermoso de la canción, a mi entender. Porque feliz puedes serlo por ti mismo. Y que cumplas muchos más depende de muchos factores. Que no haya "guerra" el día de tu cumpleaños tiene muchas interpretaciones.

Pero desearle a alguien, en un momento tan especial como es cumplir años, que se protejan y cuiden de la forma más poderosa posible a las personas que has elegido tener contigo, eso, es algo muy bonito.
No me gusta que se dejen las cosas destinadas al azar. Porque cuando se deja la vida de un pájaro en las manos de nada, es el pájaro el que lucha por su vida. Pero si dejamos a la deriva que alguien se ponga en contacto con nosotros, que el examen llegue sin habernos preparado bien, que ella de el primer paso, que la otra persona pida perdón, que me toque la lotería, que me tengan en cuenta a la hora de elegir el quinteto inicial, que se definan unos pensamientos sin tratar de ayudar a nuestra mente... lo que puede pasar es que estas cosas nunca lleguen, porque no son consciente de que tienen que luchar por su vida. O sí, pero, ¿qué pasa mientras tanto?

No me gusta que frente a ciertas situaciones, esperemos que estas se resuelvan solas. "Tiempo al tiempo" dicen unos. Y una mierda.

Bueno, vale, puede que una mierda sí, pero no siempre.

Estoy de acuerdo en que ciertas cosas se tienen que dejar fluir. El que un jardín se forme a partir de las semillas que hemos puesto, inevitablemente requiere de tiempo. Que en un río se den las condiciones necesarias para que en el pueda desarrollarse la vida, se necesita tiempo. Aun así, el tiempo no es lo único que se necesita. ¿Verdad? Ahí está.

No podemos esperar que las cosas se resuelvan por sí solas, porque la naturaleza de las cosas puede ser que haga que no llegue nunca la solución. O que se resuelva de la forma que no queremos. ¿Qué necesidad tenemos de estar malviviendo mientras que esperamos? Pues ninguna la verdad. Aunque a veces lo hagamos.


Hoy hace 21 años que me comuniqué por primera vez con la vida. No fue con palabras, obviamente. Fue con un llanto. Y la verdad es que, pese a tener una memoria nada desdeñable, no recuerdo muy bien el tono que empleé. Seguro que mi madre sí que lo recuerda. Pero sea cual fuese el tono, seguro que a la vida le quedó claro el mensaje. ¿Por qué? Porque, veintiún años después, estoy bastante satisfecho con lo que he vivido.

Han sido unos años cruciales en mi vida, puesto que son los primeros, en los que se centran el aprendizaje, el crecimiento, el descubrimiento. La exploración, el romance y, repito de nuevo, el crecimiento. He vivido experiencias sustancialmente agradables, y también desagradables. Pero tanto de unas como de otras, he aprendido algo, creciendo nuevamente. Y con cada experiencia ganas pues eso, experiencia.

Aprendí a admirar a las grandes figuras ermitañas que se me ha dado ocasión de conocer. No en persona, pero sí a tener consciencia de ellas. No voy a hacerme el "friki" y a nombrarlas aquí, no. No hace falta, seguro que hay muchas personas que me conocen que sabrían decir alguna. De ellas admiro... No, todavía no voy a desvelar ese preciado secreto, pese a que muchos creen saberlo. 

El caso es que, durante estos años he conocido a muchas personas, todas ellas increíbles. Ya que todas eran, ciertamente, personas. Y querría agradecerles de esta forma modesta el haber formado parte de mi vida. 

En primer lugar, quiero dar gracias a mis padres. Porque, sin ellos, la vida no habría tenido la oportunidad de conocerme, ni yo de conocerla a ella. Gracias por todos los sacrificios, diarios, que lleváis haciendo desde hace algo más de 21 años. Aunque parezca que no, hay unas pocas veces en las que llego a darme cuenta, aunque sea vagamente, de todo lo que hacéis por mí. Gracias por ello. Y perdón por no demostrar este agradecimiento más a menudo, y de formas más prácticas. 

En segundo lugar, a mis abuelos, gracias. Porque habéis sido y sois unos segundos padres. 

En tercer lugar, al resto de mi familia. Que aunque parezca que soy algo huraño, también os llevo cerquita. Gracias por acompañarme, por enseñarme, aconsejarme, cuidarme, quererme y respetarme. 

En cuarto lugar, a la familia escogida. A mis amigos y amigas. A todos vosotros, que habéis entrado en mi vida, unos con más casualidad que otros. Gracias. Por estos 21 años cargados de compañerismo, confianza, camaradería, secretismo y alegrías. Gracias por compartir conmigo vuestras vidas y por hacer de la mía algo más de en lo que podría haber quedado.

En quinto lugar, a todos aquellos que habéis formado parte de la plantilla educativa. Mª Teresa, Mari Sol, Manolo, Amparo, Pilar, Raquel, Mayka, Amable, Paco, Paco, Victor, Paola, Trini, Cristina, El profe de historia de 4º, de cuyo nombre no me acuerdo. ¿Pepe? No sé. Juan Carlos, Javi, Teresa, Manolo... Sois muchos y más. Todos vosotros me habéis enseñado algo más que matemáticas, lengua, inglés, física, química, valenciano, construcción... Gracias por cumplir con vuestro deber de la forma que mejor habéis podido. Se aprecia que los que enseñan lo hagan con voluntad, pues así los enseñados aprenden algo más, y mejor.

Y por último, aunque no menos importante, al resto de personas que habéis estado, y estáis, en mi vida. Gracias. Conocidos, compañeros, adversarios. A todos los que habéis aportado a mi vida algo útil, gracias. En este apartado, cabe hacer una mención especial a todos aquellos que se dedican al coaching. Pues sin ellos, este texto probablemente no se habría ni rumiado en mi mente. 

No quiero enrollarme más. Todos habéis estado, algunos para quedaros, y otros, por suerte o por desgracia, para marcharos. Pero todos habéis contribuido a lo que hoy soy. Y como estoy contento de ser lo que soy, pese a que no niego que no voy a dejar de intentar ser mejor, os lo agradezco.

Vida, mantén la actitud, acuérdate de lo que te dije con mi primer llanto. Gracias. 


sábado, 22 de marzo de 2014

El mundo, contigo.

Entra un chico al restaurante. Alto, pelo oscuro, y con una sonrisa iluminando a su paso. Antes de entrar, le mantiene la puerta a una señora que salía del local en ese instante. Ella le dedica una amplia sonrisa al muchacho y le da las gracias alegremente. El chico le responde con un "¡no es nada, mujer!" y le devuelve la sonrisa. La anciana parece estirarse unos centímetros, ampliando todavía más su sonrisa.

El chico pasa adentro, con paso alegre, animado. Los hombros centrados, su pose transmite la seguridad que solo los jóvenes que creen que pueden realizar cualquier tarea, por difícil que sea, poseen. Se detiene a una distancia razonable de la puerta, donde no moleste a la gente que quiera salir o entrar, pero desde donde pueda abarcar todo el recinto con una mirada. Y eso hace. Pase sus ojos castaños por todas las personas que se encuentran allí dentro en aquel instante. Asiente satisfecho al comprobar que está bastante concurrido. Ve una mesa libre, pero en vez de dirigirse a ella, se encamina a la barra. Esta está completamente vacía por lo que elige un taburete al azar y se sienta. Encuentra una carta con los menús y los platos y se pone a ojearla.

Al cabo de un breve momento una voz, clara, algo apagada, le pregunta "¿Qué desea tomar el señor?". Éste levanta la vista de la carta y, atónito, contempla un rostro bello a más no poder. El pelo castaño recogido en una coleta baja atrás, en la nuca. La tez clara queda enmarcada por dos mechones libres a cada lado de su cara. Sus ojos azules, realzados por un poco de maquillaje, parecen despedir un breve chispeo cuando el chico la mira directamente a ellos. Sus labios, redondos, carnosos, perfectos, forman una fina línea, parte del uniforme que ella se ponía cada vez que iba a trabajar. Sin poder despegar su mirada de la suya, el chico contesta "Quiero comerme el mundo". De pronto, un bigbang tiene lugar en la sala. Por un momento, la chica dejar ver sus blancos dientes en un esbozo de sonrisa. El chico, sin aliento, no puede hacer otra cosa más que maravillarse con la perfección de ese amago momentáneo que parece dar luz, no solo al mundo entero, sino al universo por completo. 

Ella, curiosa por la respuesta del joven, harta de la monotonía de aquel lugar, del mal humor de su jefe, de la sensación de estancamiento que le producía estar tanto tiempo allí encerrada para poder pagarse sus estudios, contesta: "Y, ¿cómo lo prefiere, con guarnición de patatas, de pimientos a la plancha, o sin guarnición?". Termina la pregunta con otro resquicio de sonrisa que parece apoderarse de todo el aire que ocupaba el restaurante. El chico completamente embelesado por la belleza que tenía delante de sí, totalmente descompuesto por la suerte que parecía tener, de pronto, se pone tenso en el taburete. Estira la espalda, poniéndose totalmente recto. Ahora, sus ojos quedaban a la altura de los de ella que, avergonzada por su inesperada espontaneidad, se encontraba con la cabeza gacha, alza sus ojos para observarle.

Tras inspirar fuertemente, hinchando su pecho como un ave presto a cortejar a una hembra, dice con toda la seguridad que pudo reunir en ese momento: "Quiero comerme el mundo, contigo. Para acompañarlo, me gustaría beber del manantial que se esconde tras esa profunda mirada. Y de postre, tomaremos tarta de luna, aderezada de estrellas."