lunes, 21 de julio de 2014

Tu no eres nadie.

Tu no eres nadie. Sé que puede joder que te digan esto un día, sin ton ni son. Sin aviso ni vaselina. Pero ten huevos a no cabrearte por ello.

Tu no eres nadie. Ni tu, ni tus padres, ni tu familia en general. Ni siquiera la gente que te rodea es nadie. Ni siquiera las grandes personalidades que conoces son nadie. Ni Einstein, ni Gandhi, ni los Gasoles, ni si quiera Tolkien fue nadie. Que va.

Ni tus antepasados ni tu progenie fueron ni serán nadie. Porque nadie es un capullo. Y siempre está solo.
¿Quién es nadie? Ahora me dices, nadie lo sabe. Já. Pues a eso quería llegar. Nadie sabe quién es nadie. Pero, y tú, ¿sabes quien eres tu? Porque yo no lo tengo muy claro. Ni quién eres tú, ni quien soy yo, obviamente. Pero sí tengo clara una cosa, seas quienes seas, o sea yo quien sea, ninguno de los dos somos nadie.

¿Por qué? Porque al menos tú eres tú y yo soy yo, aun sin conocimiento de qué signifique aquello. Y claro, si eres tú, no puedes ser nadie, porque no puedes ser dos a la misma vez. ¿Qué, a que no te lo esperabas? Yo tampoco esta mañana mientras cortaba el césped. Pero la hierba es lo que tiene, a unos los coloca, a otros los pierde, y a mi me jode de esta manera. A veces.

Lo mejor de todo esto, aunque sea muy duro para algunos/as, es que somos únicos chaval. Somos irrepetibles, chavala. Y ahora dime que no es posible. Somos quienes somos, definidos o sin definir. Identificados o sin DNI. Aquí o en Pekín, y si no es en Pekín es en Pokón. Que Fulanita de tal es Fulanita de tal y no Fulanita de cual es innegable. Por tanto, Perico de los palotes es Perico de los palotes, y no Manolico el del bombo. Tú eres tú, y yo seré yo.

Y es así, por mucho que joda, por mucho que alegre. Aunque quieras imitar a alguien vas a seguir siendo tú y no ese alguien. Porque aunque te hagas una narizplasta para cambiarte la cara, y el cuerpo si hace falta, para ser clavadito a Fulanito de allá, seguirás siendo tú, aunque no como sería natural que fueras. Natural y producto de tus cuidados para contigo. ¿Dónde está la diferencia entre tú y el Fulanito de allá después del despilfarro de dinero rojo? En que Fulanito de allá no se ha gastado un duro ni un blando en ser clavadito a sí mismo, y tampoco es él mismo porque quiera parecerse a sí mismo. A ver si me explico, que tú, Fulanito 2.(-1), eres una copia consciente y encaprichada de ello, y Fulanito de allá es el original, aunque no tenga conciencia ni caprichos. Que los tendrá, seguro.

Que tú has decidido parecerte a alguien, y ese alguien no ha decidido parecerse a sí mismo ni a nadie más, quizás. Tú y nadie más que tú has decidido. Por tanto, ya eres tú, y no el otro.

Qué rayante, por favor. Y ahora, después de leer tanta tontería junta, aparecerán los que están de acuerdo, los que no, y los que no piensan lo suficiente para ponerse en uno de los dos lugares de antes. Bueno, igual si piensan, tanto que se la suda lo que han decidido leer. Fíjate tú. Pero tú, no el otro.

Qué mal me sienta leer algunas cosas. Que bien me sienta escribir de vez en cuando. Y al que le moleste o no le guste, o al que le guste y no le moleste, que se lo pase bien de cualquier modo. Después de todo, no son nadie.

sábado, 12 de julio de 2014

Que lo importante para mí no tiene por qué serlo para los demás.

Me siento decepcionado. Creía que comprendía algunas cosas, y resulta que no. No es esto exactamente lo que me decepciona. Lo que me decepciona es el esperar que los demás se comporten como yo me comportaría con ellos. Y esto duele. Confías en una persona, la tienes presente en tu día a día aunque lleves tiempo sin verla. Te acuerdas de ella. Te preocupas, pero no quieres agobiar más de lo que ya pueda estar, así que le das espacio. Y crees que ella actúa de la misma manera. Pero igual no, igual para esa persona todo es distinto a como tu lo ves. A lo mejor para esa persona el querer a alguien como dice que te quiere, no es expresar cosas tan simples como un buenos días de imprevisto y sin avisar. Un "¿cómo estás?" sin tener que esperar a que te devuelva el buenos días.

Estoy triste con todo esto. Creemos que ciertas personas nos acompañarán siempre en nuestros días. Y no tiene por qué ser así. Igual que tu vas caminando tu camino y descubres cosas nuevas, esas personas también lo hacen. Puede que tu, en tu andar, pienses en ellas. Pero ellas pueden no pensar en ti. Puede que cuando te encuentres con algún obstáculo pienses en ellas, y ellas lo hagan igualmente, o no. Puede que cuando consigas dar un paso importante, quisieras compartirlo con ellas, y ellas puede que también, o no.

Puede que tú estés dispuesto a guardar un ratito de tu tiempo para ellas, en vez de hacer otras cosas que igualmente te apetezca hacer, y ellas también puede ser que lo hagan. O no.

El tiempo es el arma destructiva más poderosa de todas. Puede reducir una montaña a polvo, puede destrozar un continente entero, separarlo en varios pasos. Puede convertir un desierto en una selva. Y puede acabar con cualquier tipo de relación, si ésta no se cuida y se mima, si no se mantiene, si no se invierte esfuerzo y tiempo mismo en ella. A veces nos cegamos ante situaciones que nos resultan atractivas o situaciones apremiantes que nos exigen máxima atención, o cualquier otro tipo de situación, el caso es que por ello, dejamos de lado cosas que un día considerábamos importantes. Y en consecuencia esas cosas se van degradando.

Estoy decepcionado contigo por que no comprendo lo que haces o piensas, por qué actúas como actúas. Estoy decepcionado conmigo, por no poder comprender lo que está pasando. Por no ser capaz de entender que estas cosas pasan y superarlo.

La vida está llena de sorpresas, buenas y malas. Cualquier día podemos conocer a una persona que se convertirá en la piedra angular, en el pilar, en el aderezo de nuestros días. Cualquier día se puede perder a una persona que creías que estaría contigo para siempre, aunque para siempre sea tan poco tiempo.

No debería...

domingo, 6 de julio de 2014

Un presente.

A veces, un acto, una mirada, una voz, un baile, una canción, te hacen darte cuenta de cuán rápido pasa el tiempo. Y entonces te entra vértigo. El estómago se contrae hasta doler. La cabeza de vueltas y no sabes a qué sujetarte. No sabes cómo pararlo.
Entonces, lo único que se me ocurre que puedes hacer es respirar. Respirar y tomar consciencia de ti mismo, de tu cuerpo. De dónde estás. De qué tiempo hace a tu alrededor. ¿Está el sol fuera o está nublado? ¿Es acaso de noche? ¿Está el semáforo en verde? ¿De qué va el tema que trata ahora el profesor? ¿Está la pizza lista? Siente el viento que mece tu cabello.
Puede que por tu cabeza hayan pasado millones de momentos de tu vida en sucesión a una celeridad de miedo. Personas que se fueron. Risas que no volviste a oír. Un beso que no se repitió. Un lugar que te enamoró. Un paisaje que te quitó el aliento durante ese instante que ahora rememoras con tanta intensidad. Millones de vivencias que te han llevado a pisar el suelo que en ese instante tienes bajo los pies. Ese suelo que, casualmente, te sostiene. Eso es lo que tienes ahora. Y es lo que marca la diferencia entre el pasado y el presente.
El presente, ese regalo de la vida que solo te da una vez. Una vez tras otra. Ese regalo que se repite sin ser nunca igual. Un regalo que jamás podrás devolver ni recuperar. Pero sí recordar.
Un regalo múltiple. Lleno de personas. De luces, de colores, olores, sensaciones, sentimientos, voces, risas, llantos, suspiros, miradas, paseos, compañía, soledad, alegría, tristeza, añoranza, sobrecogimiento.

Un regalo que, al fin y al cabo, puedes compartir.