miércoles, 21 de mayo de 2014

Decencia.

Con el tema de las elecciones, las hormonas salen disparadas y quedan descubiertas muchas oportunidades de entrar en conflicto con todos y con todo.

Me parece muy bien que cada cual defienda a su partido si en su fuero interno cree que debe hacerlo así. Pero también me parece muy mal que para ello se falte el respeto a los que no comparten tu idea. Porque muchos hablan de justicia, de igualdad, de compañerismo y de eso mismo, respeto. Pero luego ves formas de actuar que no demuestran coherencia entre lo que se dijo y lo que se hace.

Las burlas están a la orden del día. Y claro, muchos dirán que no son formas de hacer unas cosas u otras, que no son palabras las que dijo "fulanico" cuando pasó "aquello"... Pamplinas. Nadie nace con un manual de "Así debes hacer esto, en esta circunstancia en concreto, bajo estos supuestos y dadas estas condiciones ambientales y sociales".

Las personas pueden pensar muy parecido unas a otras. Y por eso existen "pocos" partidos. Pero existen infinidad de clubes, asociaciones, grupos, etc, que en definitiva lo que hacen es juntar a un grupo de personas que tienen algo en común.

Pero siempre hay matices. Pequeños detalles en una idea, en un acto, en un lo que sea. Todo es subjetivo en esta vida, y no hay dos personas en el mundo iguales, al igual que no hay dos piedras que sean exactamente la misma.

Y frente a esta unidad que se nos impone a la hora de asociarnos con algún grupo, club, o partido político, contra esa unidad que promueve la sociedad, lo último que debemos dejarles hacer sobre nosotros es que nos supriman, nos oculten a nuestros propios ojos esos pequeños matices que nos diferencian del resto.

Que además de la elección de una carrera u otra, de un trabajo u otro, de una bandera u otra, de un símbolo u otro, siempre habrá de haber un estilo de vida u otro. Y eso no nos lo va a quitar nadie ni nada siempre y cuando tengamos la decencia de respetarnos a nosotros mismos, siendo más fácil para todos si además sabemos respetar a los demás.

domingo, 11 de mayo de 2014

Mi reloj de bolsillo colgado frente a mi. Observo el tiempo pasar y no parece tener significado. Estoy estancado. No encuentro la salida de esta sala. Cuatro paredes que parecen estrecharse cada vez más, cercando los límites de mi agonía. Trato de evitar esa mala sensación dándome tiempo. Pero sigue sin parecer tener significado. Paciencia es una palabra que borraron de mi diccionario y que me veo incapacitado para definirla en las notas a pie de página.

Me siento solo y estoy bien. Me siento acompañado y estoy bien. Estoy bien estando mal, porque no sé dónde quiero estar. Espero apagado una respuesta que parece no llegar. No hay carteles en este camino que recorro.

Quizás la borré yo y ser impaciente es lo que mejor me define ahora. Pasajero o no, éste estado de ánimo no me sienta bien. No me decido a dar el siguiente paso porque no veo el suelo donde tengo que pisar. Temo caerme y no temo a ese temor. Sé que el miedo me va a hacer tanto daño como yo le deje hacerme. Y hasta ahora lo mantengo firme, soga al cuello, amenazándolo con unas tenazas hechas de optimismo puro. Un optimismo que me hace llevadero el día a día sin encontrar un paradero para el mañana. Me siento mal estando bien.

jueves, 8 de mayo de 2014

Mi Arwen, mi Undómiel.

Lo que sientes cuando miras a esa chica especial a los ojos. A esa profundidad afable y pacífica que contienen esas dos preciosas perlas. Perlas que pueden ser una piedra normal y corriente para cualquier joyero experto, pero que para ti tienen más valor que el diamante más grande. Ese tierno cosquilleo que se queda palpitando en la zona de tu piel donde milagrosamente se ha producido un contacto con la suya.
El ligero temblor de cuando estás esperándola para ir a hacer algo juntos, los nervios que se apoderan de todo tu cuerpo. ¿Y qué hay del delicioso calor que te envuelve al abrazarla? Procedente de lo más maravilloso que podrías haber encontrado. En ese momento, en el que la estrechas contra ti y deseas que no se marche jamás. Cuando, cerrando tus ojos con la intención de no ver nada más que lo que tu cuerpo te está transmitiendo, apoyas tu cabeza sobre su pelo, absorbiendo su dulce y tierno aroma. Impregnándote de él. Cuando la tienes a tu lado, recostada sobre ti, y juegas con ese mismo pelo, deseando que nada os moleste en ese instante. O cuando oyes el extraordinario canto que es su risa. Cuando te mira, con la comisura de los labios alzada, con esa mirada traviesa. Cuando te traspasa la piel, la carne y el hueso para tocar tu alma, con una honda mirada serena. Firme y majestuosa.

Cualquier tontería se puede convertir en el acontecimiento que te robe el aliento por un momento que se convierte en uno de tus mejores recuerdos. No se olvidan, o no crees olvidarlos.

Borroso recuerdo de lo que una vez viví. Aunque... Creo no recordar realmente qué se siente al entrelazar los dedos por el pelo de esa chica. No recuerdo, ciertamente, cómo te sientes cuando la estrechas entre tus brazos. Recordar en verdad no puedo lo que mi cuerpo sentía y dejaba de sentir al contemplar sus ojos.

Añoro sentir todo esto. Añoro tener a una chica especial. Añoro la compañía de una musa que le de su toque a mi mundo, necesitado de aportes de color en algunos momentos. Necesitado de una melodía para darle sentido a su letra. Necesitado de un puerto donde amarrar seguro al regreso. Necesitado del respiro de un alma pura en un increíble atardecer, sentados juntos para toda la eternidad de ese perfecto instante.

Complementando con su magia, mi felicidad.

domingo, 4 de mayo de 2014

Vive.

Ya habían pasado alrededor de 16 años. Había llegado a ese mundo lleno de dificultades, de sorpresas, de decepciones y alegrías. A ese mundo tan maravilloso en su imperfección y que tantas enseñanzas transmitía en su injusticia. Había estado caminando desde que puso por primera vez un pie en su llana y ardua superficie. Desde entonces, la mayor parte del camino había sido encauzada por otros ajenos a él mismo. La mayor parte. Pero estaba llegando a un momento crucial en su vida. Estaba comenzando a hacer sus propias elecciones. 

Y sin embargo, cuánto más débiles eran las ataduras que lo mantenían en pie, cuanto menos valla había al borde del camino, cuanto más libre era, mayor neblina se alzaba en ese mundo que lo rodeaba. Mayor era la obstrucción a su visión, menor alcance tenía su perspectiva. Más perdido se encontraba, más desconcertado. Cuanto más se adentraba en esa bruma, más difícil le resultaba reconocer el camino que debía recorrer. Tanto que llegó un momento dado en que se desplomó del todo. No se situaba, ya no sabía ni regresar por el camino que había llegado. Cayó al suelo, tendido cuan largo era, intimidado por la intensidad del asunto. Y de pronto, como si el suelo le hubiese transmitido un torrente de información inherente a la vida, comprendió que era su momento. Que tenía que decidir por sí mismo, para sí mismo.

Advirtió que no sería fácil, que podría fallar, y que si así era, solo él debería lidiar con las consecuencias, tanto de sus fallos, como de sus aciertos. Pues tan importantes eran unas como otras. Se giró sobre sí mismo entonces, decidido a no defraudar a aquellos que lo habían conducido a ese desconcierto, sabiendo que era lo que todo ser humano debía afrontar llegado el momento. Se apoyó sobre sus rodillas y sus manos, que se quedaron peladas por el contacto con el áspero suelo. Pensó que no sólo se lo debía a los demás, sino que se lo debía también, y por encima de todo, a sí mismo. Cabizbajo meditó un minuto más. Recordó todo lo que había vivido hasta entonces. Cada instante de su vida merecedor de permanecer en su memoria pasó delante de sus ojos como si fuese el combustible que lo ayudaría a avanzar de ahora en adelante. En su pecho, la llama de la vida, que apunto había estado de apagarse al caer, recobraba fuerza.

Hincó sus nudillos, impulsando todo su cuerpo, lastimándoselos, y se puso de pie. Y lo primero que hizo no fue dar un paso firme hacia delante, ni un paso titubeante hacia atrás. No. Se quedó allí parado. Observó la niebla que lo cubría todo. Intuyó que iba a tener que enfrentarse a ella, pero no quería hacerlo sin un motivo, así que indagó en esos mismos recuerdos que lo habían ayudado a ponerse en pie. Cerró sus ojos a aquel magnífico mundo que se extendía oculto en la bruma e identificó ciertos patrones en su conducta. Y buscó los motivos que lo habían llevado a comportarse de tal manera a lo largo de su vida. Descubrió que la mayoría de ellos habían sido exógenos, que pocas veces había tomado decisiones serias para él, pero que de todos había extraído algún aprendizaje. Hizo una criba de todas las sensaciones que recordaba. En cada instante. Alegría, entusiasmo, amor, pasión, pena, tristeza, aburrimiento, desasosiego, dependencia, plenitud, furor, pesar, decepción, exasperación, cohibición, deseo, gratitud, enojo… Analizó cada instante con sus respectivas emociones y dejó a parte aquellos en los cuales la suma del motivo más la sensación daba como resultado algo negativo. Y quedaron unos pocos.

Cogió esos pocos, y se quedó en primer lugar con aquellos en que había algo de decisión e iniciativa propia. Y en segundo lugar los que, también desembocados en emociones positivas, habían sido realizados por empuje de otros. Y cuando los tuvo presentes en su mente, abrió los ojos de nuevo. Contempló entonces la neblina con cierto aire de desafío, como si la retara a significar un cambio en las decisiones que estaba tomando. Giró sobre sí mismo, tratando de orientarse en aquella confusión. Relajado y entusiasta, pasó su mirada por cada nube, por cada rincón más oscuro que el resto. Curioso, forzó su vista a ver más allá de aquella espesura que se interponía entre él y su destino. Había elegido vivir la vida. Había elegido seguir sus propios pasos hacía allá donde le llevasen. Y de pronto, como espantado por aquella realidad de sus pensamientos, aquel vaho tenebroso que había enturbiado el mundo desapareció.

Tenía ante sus ojos el mundo tal cómo era, pese a que había zonas más turbias que otras, aquellas que entendía menos. Y a lo lejos, en la dirección que estaba y sin especificar cual era, vio una luz. Una luz que de pronto lo cautivó. Y supo con todo su ser que tenía que llegar a ese  foco. Porque sabía que había aparecido como materialización de su realidad, de sus objetivos.

Así que, armado con lo más fuerte que existía para él en aquel mundo, comenzó a andar de nuevo, dejando un camino tras sus pies, recorriendo una llanura inalterada, natural, por delante de sí mismo. No había letreros, no había indicaciones. Unas partes del terreno se veían más abruptas que otras a simple vista, otras más sencillas. Siguió caminando. Pese a las dudas, pese a que lo que en un principio había parecido fácil se había tornado de pronto arduo y difícil. Pese a descubrir a base de tropezones, que los hubo, que lo más sencillo lo había llevado a alejarse más que a acercarse a aquel foco. Y no se lamentó en ningún momento, pues en aquella distancia que parecía un desperdicio, había descubierto maravillosas cosas de ese gran mundo que recorría.

Y claro que sí, de vez en cuando miraba hacia atrás. Y veía todo lo que ya había recorrido. Y cada vez en una posición diferente en relación a la suya actual, había un gran nubarrón tronante donde había decaído en el inicio de aquel nuevo camino. Y se alegraba de poder verlo, al igual que se alegraba de reconocer en el paisaje pasado todos aquellos puntos que habían supuesto un reto para él. Y todos aquellos que habían supuesto una alegría, un descubrimiento, una nueva experiencia, más atronadora y sobre cogedora que alguna anterior.

Se alegraba de haber recorrido todo aquello, y se alegraba de saber que aún le quedaba camino por recorrer. Pues se había dado cuenta de que le gustaba andar, y de que, para sentarse y reposar allí bajo aquella luz que marcaba su horizonte, tendría tiempo algún día. No podía desperdiciar cada segundo anhelando estar allí, pues si así hubiese sido, se perdería el milagro que tenía bajo sus pies.

Inspiró hondo, muchos años después de aquella primera caída. Había caído otras veces, pero la llama no se había apagado, resurgiendo cada vez con más fuerza. Se encontraba ya a poca distancia de aquella luz, que cada día había contemplado, en los que había notado diferentes matices. Alzó una vez más su cabeza al cielo, lleno de placer por aquella vida que estaba viviendo.